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Peña Sevillista de Arcos de la Frontera

El Sevilla FC gana, pero sigue sin convencer.

El Sevilla FC volvió a ganar, sí, pero la sensación es la misma de siempre: alivio sin ilusión. El pasado sábado 8, los de Almeyda se impusieron por la mínima a Osasuna, en un partido que dejó más dudas que certezas. El planteamiento fue claramente defensivo, con los laterales muy retrasados y escaso protagonismo en ataque. La idea era simple: no perder. Y visto el momento del equipo, no era mal negocio.

El problema es que ganar sin convencer empieza a ser la norma. Osasuna, rival también en horas bajas y sin su referente ofensivo Budimir, apenas inquietó más allá de algún intento aislado. Al final, un penalti señalado por el VAR permitió a Vargas anotar el 1-0 definitivo. Tres puntos valiosos, sí, pero poco fútbol.

Porque el juego sigue atascado. Ni Mendy, ni Saw, ni Peque logran dominar el centro del campo, y eso condena al equipo a sufrir cada partido. La defensa, aunque mantuvo la portería a cero, sigue siendo un motivo de preocupación. Marcao y Nianzou ofrecen más inseguridad que confianza. A día de hoy, la mejor noticia para el sevillismo es simplemente no perder, y eso dice mucho del momento que atraviesa la plantilla.

Un arbitraje bajo sospecha.

Más allá del partido, el fin de semana volvió a dejar un reguero de quejas arbitrales. No es nuevo. Cada jornada se acumulan decisiones difíciles de entender y silencios que desesperan a todos por igual. Pero conviene ir al fondo del asunto: el CTA (Comité Técnico de Árbitros) no es un organismo transparente. Es una estructura bajo sospecha, y no lo dice la rumorología, sino la justicia.

El caso Negreira ha destapado una realidad incómoda: la competición española está manchada. Y lo más grave es que, dentro del propio país, muchos parecen preferir mirar hacia otro lado. Afuera se ve con asombro; dentro, se acepta como parte del paisaje. De hecho cuesta buscar patrocinadores, como en nuestro caso hasta en Champions.

Pretender ahora que el CTA actúe con sentido común o imparcialidad es pedirle peras al olmo. Mientras en sus filas sigan árbitros que tuvieron relación directa o indirecta con la trama, o que participaron de su silencio cómplice, no habrá credibilidad posible. Tampoco la habrá mientras los clubes voten una y otra vez en las asambleas a los mismos dirigentes que permiten que el sistema siga oliendo a podrido.

El negocio por encima de la limpieza.

Nos engañaríamos si creyéramos que esto va a cambiar pronto. El fútbol español es un negocio que necesita facturar cada fin de semana para sobrevivir. Y si eso implica mirar hacia otro lado ante los errores arbitrales  o ante algo peor, parece que todos hemos aceptado el trato. Por eso, quejarse ya roza la hipocresía. Los mismos que gritan contra los árbitros cada domingo, callan cuando llega el reparto televisivo o la asamblea de la Liga. Si el fútbol sigue bailando al ritmo del dinero, no esperemos milagros de justicia.

Mientras tanto, el CTA seguirá haciendo caja unos 600.000 euros al año, según se estima, y los aficionados seguiremos entre la indignación y la resignación. En el fondo, todos sabemos que el problema es estructural. Y que la única manera de limpiarlo sería empezar de cero, apartando a los responsables, investigando de verdad y exigiendo rendición de cuentas. Hasta entonces, el fútbol español seguirá envuelto en su propio velo de corrupción. Ganar un partido como el del sábado puede aliviar, pero no basta para ilusionar. Ni a la afición sevillista, ni a nadie que aún crea que el deporte debería ser algo más que un negocio disfrazado de pasión.

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